A estas alturas de la película (digo del reto), ya todo el mundo sabrá que soy una fanática de todo lo que tenga que ver con el dibujo; ya sea en forma de cómics, viñetas, dibujos animados o, como es el caso, historietas.
Entre mis favoritas se encuentra Doña Urraca, serie protagonizada por un personaje cuyo único propósito es hacer el mal y que no tiene ningún tipo de remordimientos, al contrario, disfruta haciéndolo.
Fue creada en 1948 por el dibujante Jorge con el claro propósito de, a través del humor negro, hacer una crítica voraz de los valores del Tradicionalismo y de una de sus mayores defensoras, la dirigente carlista María Rosa Urraca Pastor.
Así, no sólo sus acciones en las historietas eran repulsivas si no también su aspecto. Fijaros cómo sería que siempre iba acompañada de un paraguas que jamás usaba para protegerse de la lluvia si no como arma ofensiva.
Tanta maldad rezumaba que, sus posteriores dibujantes, se vieron obligados a dulcificarla surgiendo así su antagonista Caramillo y ya, en los años 80, se desvirtuó su esencia. Pasó de ser una auténtica harpía, un ser humano lleno de maldad a una mala tipo cuento de hadas; es decir, de la maldad intrínseca se pasó a la maldad bonachona.
¿Qué por qué conozco a esta Urraca? pues porque ya de niña era un pelín friki y, por mi cumpleaños, me pedía varios tomos de Pulgarcito, Mortadelo y Super Mortadelo; libros que recopilaban las historietas de distintos personajes del mundo del cómic español.
Es decir, mi primer conocimiento de la doña fue el dulcificado y, por eso, en vez de representarla con su paraguas, he decidido hacerlo con su escualo, una especie de urraca "adragonada" que, además, le traía joyas.
No hace mucho, mi padre recuperó su colección de tebeos e historietas (esa que de pequeña no me dejaba leer porque no eran cosas de mi edad) y ¡SORPRESA!, en ella hay varios números de la revista Pulgarcito de entonces y, al fin, he tenido el placer de conocer a la doña Urraca primigenia.